CONCLUCIONES CATA DE MERLOT-MERLOT
¿Cuánto de merlot hay en realidad en todas esas botellas que dicen merlot? No lo sabemos. Desde que en 1994 se descubrió que lo que se creía merlot era en realidad carmenere, muchas viñas se asustaron ante el panorama de tener que vender una cepa que nadie conocía. Hoy hay más consumidores que la conocen, pero aún no al nivel del merlot. Esa es la explicación que se nos ocurre para que las viñas insistan en etiquetar cosas que no son.
Con ese tema en mente, pero también con la idea de ver hasta dónde ha llegado el merlot en Chile, el panel de cata de Wikén se enfrentó a la tarea de catar nada menos que treinta muestras disponibles en el mercado en un rango de entre $5.000 y $7.000. El asunto comenzó muy bien, porque en la primera serie el merlot era el que mandaba con sus notas dulces, su ausencia de aromas vegetales, su cuerpo ligero y su textura suave. Luego, con el pasar de las muestras, el asunto de la confusión se hizo más patente y los carmenere se mostraron con sus notas a pimentón. Muchos fueron eliminados porque no nos dijeron nada y otros, como el Cono Sur, sí quedaron porque eran buenos vinos.
En cuanto al merlot–merlot, creemos que hemos dado con algunas sorpresas y que esta cepa puede tener vida y potencial. Todavía a una escala muy reducida, nos alucinaron los merlot de Odfjell y Morandé, dos ejemplos en donde la sutileza y la complejidad aromática marcaron la pauta de cómo tiene que ser el merlot, al menos para comenzar. Delicadeza antes que sólo fuerza, elegancia antes que cuerpos a lo luchador de sumo. Esa es la idea.

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